
Cartel publicitario fotografiado en el metro de Barcelona
Nueva campaña publicitaria dirigida a los jóvenes. En este programa de adoctrinamiento, impartido por la fundación de una gigantesca multinacional de las telecomunicaciones, se invita a los adolescentes a pasar «del pensamiento clásico al pensamiento digital». Eso es lo bueno, eso es lo que mola. Y en uno de los rotulillos divertidos que decoran el cartel, insisten: «Eres digital… y lo sabes». Parece ser que se acabaron los disimulos y las medias tintas, y han pasado a proclamarlo abiertamente: quieren convertirnos en máquinas.
Nos permitimos citar aquí mismo un pasaje del libro Sal de la Máquina, muy a propósito de esto:
«Además de la pérdida de contacto sensorial con la realidad, la introducción de la tecnología en nuestras vidas ha provocado también otras alteraciones notables en el funcionamiento normal de la mente humana. Antes de la popularización de las computadoras, las aplicaciones informáticas y los dispositivos móviles, nuestro flujo mental era -o albergaba al menos la potencialidad de ser- intenso y sostenido. Nuestra mente conservaba su capacidad innata y natural de concentración, ejercitable a fuerza de voluntad o de su simple uso. La implantación de las tecnologías a las que hacemos referencia ha desestabilizado nuestras facultades, con consecuencias catastróficas. Ahora, nuestro foco de atención salta, errático y nervioso, de un lado a otro. Nuestro pensamiento se ha vuelto superficial y fragmentario. Se puede decir que hemos pasado del flujo orgánico y continuo de pensamiento propio de nuestra estructura cerebral -equiparable a un modo de operar ‘analógico’-, a un pensamiento binario y reduccionista, más propio de las máquinas que nos gobiernan.
En efecto, la costumbre nos ha habituado a leer y visualizar únicamente pequeños fragmentos aislados de información: textos, vídeos, imágenes y sonidos inconexos que aparecen y desaparecen de nuestra vista a toda velocidad, sin dejar rastro, sin conceder el menor respiro para una contemplación sosegada, y menos aún para una reflexión posterior que nos permita asimilar adecuadamente todo aquello que hemos deglutido.
Todo en los entornos virtuales en los cuales nos desenvolvemos diariamente está configurado así: las noticias de los diarios digitales no sobrepasan la categoría de breves bocados de información subdesarrollada; las aplicaciones de mensajería instantánea (WhatsApp, Telegram, Messenger) reducen las conversaciones a frases rápidas y emoticonos que pretenden ‘resumir’ nuestro complejo sentir en un momento dado; entornos como Facebook o -sobre todo- Twitter están concebidos precisamente como una vía de expresión abreviada al mínimo posible, limitación de caracteres incluida. Con estos y otros ladrillos de similar calidad estamos construyendo nada menos que la estructura de nuestro ‘nuevo pensar’. El resultado, como explicábamos, es una mente incapaz de concentrarse, incapaz de afrontar la lectura de un vulgar libro, incapaz de permanecer tranquila en un simple estado de espera…».