Continuamos con la serie de propuestas de desconexión para salir de la Máquina.
Hay una diferencia de raíz entre escribir en un diario privado y responder a la pregunta «¿Qué estás pensando?» en la cabecera de Facebook. Escribir para uno mismo es un ejercicio irreemplazable de introspección y autoconocimiento; publicar opiniones y experiencias personales en las redes sociales equivale a representar un papel orientado a satisfacer expectativas ajenas, lo cual, entre otras cosas, quiebra sin remedio el principio de sinceridad.
Llevar un diario nos incita a una pausada observación interior sin réplicas ni testigos, con múltiples efectos terapéuticos sobre nuestra psique. Plasmar en un cuaderno nuestros sueños, reflexiones y experiencias puede, por tanto, convertirse en un recurso muy interesante durante nuestro tratamiento de desintoxicación digital, al tiempo que nos enriquecemos como seres humanos.
Las cartas de papel cumplen el mismo cometido, aplicado a la comunicación con otras personas. Tomarnos nuestro tiempo para sentarnos a escribir unas líneas nos obliga a pensar en el otro y a escarbar en nuestro interior antes de responder a la pregunta: ¿qué quiero decir?
Al inicio de esta aventura, a lo largo de año 2016, cada vez más motivados durante el proceso de documentación y redacción de Sal de la Máquina, nos propusimos utilizar este medio obsoleto siempre que quisiéramos comunicar cualquier cosa superior a los dos párrafos de extensión. En varias ocasiones lo hemos cumplido y la experiencia ha resultado sumamente retributiva. Hay algo fascinante e insustituible en el ritual de enviar y recibir una carta: la utilización de materiales (sobre, utensilios para escribir, sellos de papel), el cuidado de la caligrafía, la posibilidad de introducir objetos, la transmisión del aroma y del tacto a kilómetros de distancia, la mágica aparición en el buzón en el momento menos pensado… todo nos induce a mimar cada detalle y a valorar los contenidos, algo impensable en el caso de las comunicaciones digitales.
Tenemos pues ante nosotros un horizonte claro. Todas nuestras acciones deben ir encaminadas a un mismo fin: salir del mundo virtual de las pantallas y recuperar el placer del tiempo real y los objetos tangibles.
Extraído del libro Sal de la Máquina.