En un revelador artículo titulado ¿Está Google volviéndonos estúpidos? que se propagó viralmente por Internet hace unos años, Nicholas Carr, autor crítico especializado en nuevas tecnologías de la información, hace una interesante reflexión sobre la forma en que nuestras mentes se ven alteradas en contacto constante con pantallas digitales:
«Me doy cuenta sobre todo cuando leo. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha. (…) No soy el único. Cuando les menciono mis problemas con la lectura a amigos y conocidos -la mayoría de ellos hombres de letras- muchos dicen estar experimentando algo similar. Mientras más usan la Red, más tienen que luchar para concentrarse en escritos largos».
A renglón seguido, Carr redondea su reflexión sobre la importancia de la concentración mental, y la lleva hacia su conclusión lógica, lanzándonos una advertencia: «El tipo de lectura profunda que promueve una secuencia de páginas impresas [en papel] es valiosa no sólo por el conocimiento que adquirimos de las palabras del autor, sino por las vibraciones intelectuales que esas palabras desencadenan en nuestras propias mentes. En los espacios de calma abiertos por la lectura sostenida, sin distracción, de un libro o (…) por cualquier otro acto de contemplación, realizamos nuestras asociaciones, trazamos nuestras propias inferencias y analogías, promovemos nuestras propias ideas. La lectura profunda, como afirma Maryanne Wolf, es indistinguible del pensamiento profundo. Si perdemos esos espacios de quietud o los llenamos de ‘contenido’, sacrificaremos algo importante no sólo de nuestro propio ser, sino de nuestra cultura».