Entrevista con Sergio Legaz, autor de Sal de la Máquina
Por Silvia Magán.
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Como explicas en tu libro, comenzaste a darte cuenta de que algo no iba bien cuando levantaste la cabeza en el tren y contemplaste aquel “cuadro” de personas cabizbajas inmersas en sus teléfonos, pero, ¿decidiste salir de la máquina en aquel instante o llevabas contemplándolo un tiempo?
En realidad desde varios años atrás (2008), cuando instalé internet en mi casa, había venido notando claramente los efectos adversos que la conexión continuada a una pantalla llega a provocar sobre la conciencia. Por entonces yo vivía solo, y vi en internet una ventana abierta a un mundo lleno de entretenimientos y recursos interesantes. Pasaba siete horas por la mañana en mi puesto de trabajo pegado a la pantalla del ordenador, y una vez llegaba a casa otras tres, cuatro o cinco horas en mi ordenador personal antes de irme a dormir. Como consecuencia de ello, al cabo de pocas semanas mi capacidad de atención y de concentración comenzaron a dispersarse, dejé de lado aficiones y hábitos cotidianos que hasta entonces me gratificaban enormemente y quedé atrapado en la máquina, aunque mi grado de inmersión era tal que no me planteé siquiera la necesidad de desconectarme.

Pawel Kuczynski
Mucho después, cuando la pantalla salió de todos los hogares y se metió en nuestros bolsillos, permitiendo que estemos conectados a ella en todo lugar y a cada instante, llegué a sentirme agotado y hasta irritado por la conexión continua a ese «otro mundo». Pasé una breve etapa en que mi relación con la máquina fue de amor-odio, de alejamiento y reconciliación y vuelta a empezar. Hasta que el hartazgo se unió con ese momento de inspiración que mencionas, cuando levanté la vista de mi smartphone en un vagón de metro y percibí la pesadilla en toda su magnitud: todos cabizbajos, todos absortos, todos sumisos a la máquina. Sin duda ese instante marcó un antes y un después, porque fue el hecho concreto que me motivó a tomar medidas, y en definitiva a actuar.
Desde que te diste cuenta de la existencia de un problema, ¿cuánto tiempo pasó hasta que decidiste desengancharte?
El proceso de desconexión comenzó de forma casi inmediata. Ese mismo día estuve más desapegado del móvil que de costumbre. En seguida, a los pocos días, comencé a obligarme a pasar sin móvil todos mis trayectos en transporte público. Ese fue mi primer paso. No siempre lo lograba, pero estaba decidido a iniciar en serio un proceso escalonado de desintoxicación digital.
¿Qué cambios notabas en tu cuerpo, mental y físicamente, durante ese proceso?
Durante los primeros trayectos sin tener a mano la vía fácil de distracción que supone un smartphone me sentía sumamente inquieto. Tocaba el móvil en el bolsillo, lo sacaba un momento, lo miraba con ansiedad y volvía a guardarlo, no sin esfuerzo. A veces recaía y consultaba la pantalla, aunque me esforzaba por apagarla lo antes posible. No sé si podría compararse este estado de nerviosismo con el síndrome de abstinencia que presentan los clásicos adictos. Fue duro comprobar que me costaba valerme por mí mismo para pasar el tiempo, sin recurrir a los entretenimientos multimedia de todo tipo que nos sirven continuamente las pantallas táctiles.
Una vez superada la adicción, ¿has llegado a notar ganas de volver a utilizar el smartphone como antes?
No, nunca. Más bien al contrario. Mi siguiente paso fue desactivar las notificaciones del WhatsApp y el Telegram, las dos principales aplicaciones de mensajería instantánea. Esto supuso un alivio solo superado por el que me sobrevino después, cuando decidí desinstalarlas completamente de mi móvil. El penúltimo paso fue deshacerme de mi smartphone último modelo y recuperar un viejo móvil sin internet que guardaba desde hacía tiempo en un cajón. Con cada nuevo paso hacia una desconexión más completa, lejos de sentirme inquieto me encontraba cada vez mejor, más descansado, más capaz para concentrarme y para disfrutar de cualesquiera otras cosas, con una claridad mental mayor. Siempre utilizo el mismo ejemplo, porque me sirve para describirlo muy plásticamente: fue como desconectar una campana extractora de humos después de haber pasado una hora escuchando ese tenue pero enervante zumbido de fondo. De pronto te das cuenta del silencio que queda en su lugar y agradeces el descanso. En definitiva, estas retribuciones no hacían sino reafirmarme en los pasos que había dado y alegrarme por haber dejado atrás mi obsesión con las pantallas.

Pawel Kuczynski
¿Has echado de menos algunas aplicaciones/utilidades del smartphone que considerabas esenciales en tu día a día?
Quizás Google Maps, porque por razón de mi faena me muevo mucho por lugares que me son desconocidos en la ciudad y siempre va bien tener la posibilidad de consultar un mapa de una forma tan rápida e inmediata. Pero ahora he reaprendido a preguntar a la gente por la calle… Por lo demás, como te explicaba antes, ha sido un alivio deshacerme del resto de aplicaciones y sus correspondientes notificaciones, especialmente del correo electrónico y de la mensajería instantánea. Ahora solo consulto el correo desde el ordenador fijo del trabajo y en dos momentos puntuales del día estando en casa.
¿Qué aspectos positivos te ha aportado en tu vida acabar con esta adicción?
El primero que me viene a la cabeza, pese a ser quizás algo anecdótico, es el de haber recuperado mi capacidad para leer libros, que se había visto completamente inutilizada al haberme acostumbrado a interactuar con pantallas que solamente te ofrecen información breve, fugaz y fragmentada. Ahora vuelvo a disfrutar de largas lecturas de libros en formato papel, de hecho estoy leyendo más que nunca. Recuperar los momentos de silencio, de reflexión, de observación tranquila o de puro y simple aburrimiento ha sido desde luego lo más importante. Me he reencontrado conmigo mismo y con la vida que había dejado a un lado mientras estuve sumergido en el ensueño de la máquina, lo cual es maravilloso.
¿Ha habido aspectos negativos?
Ninguno digno de reseñar, solo bromas con la familia y los amigos y la ocasional incomodidad de pensar que alguien habituado a las pantallas se pueda estar sintiendo violentado en mi presencia, al saber que estoy desconectado.
¿Cómo contemplas ahora a las personas que ves por la calle o el tren o donde sea usando el smartphone? ¿Te sientes diferente respecto a ellos? ¿Qué sensación te transmiten?
No puedo pretender ser diferente, porque yo siempre he sido uno más. En este sentido no juzgo a nadie, yo vivo mi propio proceso y si surge la ocasión comparto mis impresiones a quien le interesen. Sí que siento el desasosiego de vernos a todos dominados de una u otra manera por la gran Máquina con mayúsculas, de la cual esta pequeña máquina electrónica que llevamos en la mano todo el día es solo una de sus muchas manifestaciones. Todos podemos darnos cuenta del estado de hipnosis colectiva en el cual vivimos, tan solo es necesario pararse un momento, levantar la vista y reflexionar. Por eso escribí Sal de la Máquina, si alguien rescata de esas páginas dos o tres ideas inspiradoras ya me puedo dar por satisfecho.

Miguel Brieva
Una pregunta algo utópica, ¿crees que es posible reeducar a la población para que usen el smartphone correctamente de manera que no afecte en su vida diaria o que es misión imposible y sólo aquellos con la suficiente fuerza como para huir de todos los estímulos podrán hacerlo?
Más que una misión imposible es una misión indebidamente planteada. Y es que en mi opinión no se trata de enfocar este asunto desde el punto de vista de un “buen uso” o un “mal uso”, sino de replantearnos, paso a paso, todo nuestro modo de vida. ¿Es posible hacer “buen uso” de un terminal -el smartphone- para cuya fabricación se han utilizado nada menos que 75 kilos de recursos naturales? ¿Y qué decir de las entre seis y diez millones de personas asesinadas en Congo, o las 200.000 mujeres violadas como consecuencia directa de los conflictos regionales para hacerse con el control del mineral coltán, qué después utilizan las corporaciones de telecomunicaciones occidentales para fabricar sus dispositivos móviles? ¿Se puede ignorar el hecho de que redirigir todas las soluciones, todas las utilidades, todas las ventajas y todos los entretenimientos a un dispositivo táctil nos aleja de nuestra propia identidad y de la vida? Entiendo que para que pudiera existir un “uso correcto” de los teléfonos móviles, estos deberían presentar unas características funcionales mucho más básicas (envío y recepción de llamadas, como antaño) de modo que no nos tentaran constantemente a la contemplación de la pantalla bajo cualquier pretexto. Vivimos en la sociedad del consumo y el entretenimiento, y nuestra fuerza de voluntad es limitada, la han minado a base de estos y otros muchos opios. A mi entender, la disyuntiva es otra: desconexión voluntaria, progresiva y sin traumas, en la línea de la filosofía del decrecimiento; desconexión brusca y no deseada cuando en los años venideros comiencen a declinar los recursos naturales y las fuentes de energía que hacen posible todo este ensueño; o -por último- continuar igual que siempre como si nada, hasta que el cuerpo aguante. En todo caso, la motivación para salir o no salir de la Máquina ha de partir de cada individuo. Cada uno de nosotros ha de poner en una balanza todos los elementos y tomar las decisiones que nos conduzcan a un mayor bienestar personal y social.
¿Cuál cree que es el estado actual de la sociedad conectada? ¿Hacia dónde vamos?
En este punto me parece oportuno citar una frase de Miguel Brieva, que leí en su obra Memorias de la Tierra. Para quienes descarten la visión que acabamos de plantear como excesivamente pesimista, “más inquietante debiera parecerles el optimismo hegemónico de una realidad donde todos los indicios conducen al desastre, y nadie hace nada por evitarlo”.

Miguel Brieva
Entrevista realizada por Silvia Magán, autora del reportaje «El uso indiscriminado del smartphone, una adicción tolerada por la sociedad». ¡Gracias, Silvia!