La información que ofrecemos hoy, para comenzar el nuevo año 2018, representa un auténtico bombazo. En este artículo publicado originalmente por The Guardian y cuyos extractos traducimos por primera vez al castellano para Sal de la Máquina, varios ex-trabajadores y colaboradores de las grandes empresas tecnológicas revelan cómo las aplicaciones y dispositivos que utilizamos a diario están diseñados expresamente para generar dependencia. Discuten sobre las consecuencias que puede tener la dispersión constante de nuestra atención debido al uso de smartphones y relatan sus propias experiencias de desconexión de la Máquina, en busca de recuperar la libertad mental perdida. Las revelaciones que compartimos a continuación son imprescindibles para comprender el papel que juegan los smarphones como herramienta definitiva de control psicológico y social sobre la población. Por ello recomendamos su lectura íntegra y agradecemos su libre difusión.
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Pueden secuestrar nuestras mentes: miembros de la industria digital alertan de una distopía de los smartphones.
Trabajadores de Google, Twitter y Facebook que contribuyeron a hacer adictiva la tecnología ahora se están desconectando.
Un artículo de Paul Lewis (The Guardian, 6/OCT/2017)
Justin Rosenstein había retocado el sistema operativo de su portátil para bloquear Reddit, se dio de baja de Snapchat -que compara con la heroína- y se impuso límites en el uso de Facebook. Pero no era suficiente. En agosto, este tecnoejecutivo de 34 años dio un paso más radical para restringir su uso de las redes sociales y otras tecnologías adictivas. Rosenstein adquirió un nuevo iPhone y dio instrucciones a su asistente para configurar un filtro de control paterno que le impidiera descargarse aplicaciones. Se sentía especialmente abrumado por la avalancha de ‘me gusta’ de Facebook, que él describe como «deslumbrantes descargas de pseudo-placer», con efectos tan seductores como efímeros. Y su criterio no era el de cualquiera: Rosenstein es el ingeniero que creó el botón ‘me gusta’ para Facebook. Una década después de haber pasado la noche en vela codificando un prototipo de lo que entonces se calificó de ‘alucinante’ botón, Rosenstein pertenece a un sector pequeño pero creciente de apóstatas en Silicon Valley que protestan contra la denominada ‘economía de la atención’.
(…) Estos desertores son (…) diseñadores, ingenieros y gerentes de productos que, al igual que Rosenstein, colocaron hace años los cimientos de un mundo digital de cuya maraña ellos mismos intentan ahora escapar. «Es muy común en el ser humano -dice Rosenstein- hacer cosas con la mejor de las intenciones, provocando consecuencias indeseables no previstas». Rosenstein (…) se declara especialmente preocupado por los efectos psicológicos sobre la gente que, como muestra un estudio, desliza sus dedos sobre la pantalla del móvil 2617 veces al día. Existe una preocupación creciente sobre el hecho de que, además de crear adictos, la tecnología está contribuyendo a lo que se ha dado en llamar ‘disipación continua de la atención’, limitando gravemente la capacidad de las personas para concentrarse, y posiblemente minando nuestra inteligencia. Una reciente investigación demostraba que la mera presencia de un smartphone afecta a las capacidades cognitivas, incluso cuando está apagado. «Todo el mundo está distraído, todo el tiempo», concluye Rosenstein.
(…) En 2007, Rosenstein formaba parte de un pequeño grupo de empleados de Facebook que decidieron crear un atajo, mediante un solo ‘clic’, para enviar «pequeñas dosis de positividad» a través de la plataforma. El botón ‘me gusta’ de Facebook fue, como dice Rosenstein, un éxito arrollador: la fidelidad de los usuarios se disparó, al tiempo que Facebook recolectaba valiosa información sobre sus preferencias para vendérsela después a los anunciantes. La idea fue rápidamente replicada por Twitter, con sus ‘me gusta’ en forma de corazón (…), Instagram y toda una infinidad de aplicaciones y páginas web.
Fue la compañera de Rosenstein, Leah Pearlman (…) quien anunció la novedad en una entrada de blog de 2009. Pearlman, que a sus 35 años ejerce ahora como ilustradora, nos confirmó por correo electrónico que ella también se está desengañando con los ‘me gusta’ de Facebook y otros mecanismos adictivos de participación. Ha instalado un complemento en su navegador para deshabilitar los contenidos destacados de Facebook y contrató a una gestora de redes sociales para que le lleve su página personal. «Una razón por la que considero particularmente importante que hablemos sobre todo esto es que podríamos ser la última generación capaz de recordar cómo era la vida antes», dice Rosenstein. Quizás tenga cierta relevancia el hecho de que él, como Pearlman y la mayoría de gente de su gremio que hoy se están cuestionando la ‘economía de la atención’ ronden la treintena; son miembros de la última generación con capacidad de recordar un mundo en el que los teléfonos estaban anclados a la pared. Resulta revelador que muchos de estos jóvenes ingenieros se estén desvinculando de sus propios productos, y envíen a sus hijos a elitistas escuelas de Silicon Valley en las que los iPhones, iPads e incluso los ordenadores portátiles están vetados.
(…) Nir Eyal (…) autor de Enganchados: cómo crear productos que generen hábitos, ha pasado varios años asesorando a empresas tecnológicas, enseñando las técnicas que desarrolló en base a su atenta observación del funcionamiento de los gigantes de Silicon Valley. «Las tecnologías que usamos se han convertido en compulsiones, por no decir en adicciones contantes y sonantes», escribe Eyal. «Es el impulso de comprobar la notificación de un nuevo mensaje. Es la tendencia a visitar YouTube, Facebook o Twitter por unos minutos y descubrirte a ti mismo una hora después picando todavía de un enlace a otro». Nada de esto es casual, asegura. Es «exactamente lo que los diseñadores pretendían». Eyal explica los sutiles trucos psicológicos que pueden utilizarse para conseguir que la gente desarrolle hábitos, como variar las recompensas que reciben los usuarios para generar expectación o explotar las emociones negativas que pueden funcionar como ‘disparadores’. «El aburrimiento, la soledad, la frustración, la confusión y la indecisión frecuentemente instigan una sensación de irritación o dolor y provocan una acción casi instantánea e irreflexiva para mitigar ese sentimiento negativo», afirma. (…)
Pero Eyal [defiende] las técnicas que enseña y desdeña a quienes comparan la adicción a la tecnología con las drogas. (…) «Igual que no deberíamos culpar al pastelero por prepararnos dulces deliciosos, tampoco podemos echarle la culpa a los creativos de las tecnológicas por presentarnos productos tan buenos que queramos usarlos. Evidentemente eso es lo que harán las compañías. Y, francamente, no cabe concebir otra cosa». Irónicamente, [durante] la Habit Summit 2017 Eyal finalizó su charla ofreciendo algunos trucos personales para resistir el encanto [de la Máquina]. Explicó al público que utiliza una extensión de Chrome (…) para purgar muchos de los ‘disparadores’ externos de los que habla en su libro, y recomendó una aplicación llamada Pocket Points que «gratifica al usuario por permanecer desconectado de su smartphone en momentos en los que es necesario concentrarse». Por último, Eyal reveló las medidas que aplica para proteger a su propia familia; tiene instalado en su casa un temporizador conectado al router que corta el acceso a internet todos los días a una hora establecida. «La idea es recordar que no estamos indefensos, sino que tenemos el control».
Pero, ¿es así? Si aquellos que crearon estas tecnologías están tomando medidas tan radicales para desintoxicarse, ¿cabe esperar que el resto de nosotros sepamos ejercer nuestra libertad de decisión? No según Tristan Harris, ex-empleado de Google de 33 años convertido en voz crítica frente a la industria. «Todos estamos enganchados a este sistema. Pueden secuestrar nuestras mentes. No tenemos tanta libertad de decisión como creemos», asegura.
Harris, que ha sido calificado como «lo más parecido a una conciencia que hay en Silicon Valley», insiste en que miles de millones de personas carecemos de elección sobre el uso de estas ubicuas tecnologías, e ignoramos hasta qué punto un reducido grupo de creativos de Silicon Valley está moldeando nuestras vidas. «Un puñado de personas que trabajan para un puñado de empresas tecnológicas condicionan con sus decisiones lo que mil millones de personas están pensando ahora mismo», alertó recientemente en una charla (…) en Vancouver. «No conozco problema más urgente que este. Está transformando nuestra democracia y está alterando nuestra capacidad de elegir qué tipo de relaciones y qué conversaciones queremos mantener unos con otros». (…) Harris indagó sobre cómo LinkedIn explora nuestra necesidad de reciprocidad social para expandir sus redes; cómo YouTube y Netflix reproducen contenidos automáticamente, obviando si los usuarios quieren o no seguir mirando; cómo Snapchat creó sus adictivos ‘snapstreaks’, fomentando una intercomunicación continua entre sus jóvenes usuarios.

Ilustración: Pawel Kuczynski
Las técnicas que usan estas compañías no siempre son genéricas: pueden personalizarse para cada usuario mediante algoritmos. Un informe interno de Facebook filtrado este año, por ejemplo, reveló cómo la compañía puede determinar si un adolescente se siente ‘inseguro’ o ‘bajo de autoestima’ y necesita una inyección de confianza. Esta información, añade Harris, es «un modelo perfecto sobre qué resortes puedes pulsar en un individuo concreto». Las compañías tecnológicas pueden explotar estas vulnerabilidades para mantener a la gente enganchada, manipulando, por ejemplo, cuándo los usuarios reciben ‘me gusta’ por sus publicaciones, asegurándose de que lleguen cuando el individuo probablemente se siente más vulnerable, o necesita aprobación, o simplemente se aburre.
(…) Una amiga en Facebook le contó a Harris que los diseñadores al principio decidieron que el icono de notificaciones, que alerta a los usuarios sobre la actividad reciente como ‘solicitudes de amistad’ o ‘me gusta’, debía ser azul. Concordaba con el estilo de Facebook y, según se valoró, resultaría «sutil e inocuo». «Pero nadie lo usaba», explica Harris. «Entonces lo cambiaron a rojo y por supuesto la cosa cambió». Ese icono rojo está ahora en todas partes. Cuando los usuarios de smartphones comprueban sus pantallas cientos de veces al día, se ven abordados por pequeños puntos rojos en sus aplicaciones, clamando por ser pulsados. «El color rojo es un disparador», señala Harris. «Por eso se utiliza como señal de alarma».
El diseño más seductor, según Harris, aprovecha la misma susceptibilidad psicológica que hace que los juegos de azar sean tan adictivos: recompensas variables. Cuando pulsamos con el dedo ese icono rojo, no sabemos si aparecerá un email interesante, una avalancha de ‘me gusta’ o nada en absoluto. Es la posibilidad de una decepción lo que hace que sea tan compulsivo. Eso explica por qué el mecanismo de ‘pull-to-refresh’ (actualizar contenidos arrastrando la pantalla) se convirtió en una de las innovaciones más ubicuas y adictivas de la tecnología moderna. «Cada vez que arrastras la pantalla con el dedo, es como jugar a una máquina tragaperras. No sabes lo que vendrá después. A veces una bonita imagen, a veces un simple anuncio…», concluye Harris.
Loren Brichter, el diseñador que creó el mecanismo ‘pull-to-refresh’ (…), revela: «ahora tengo dos hijos y me arrepiento de cada minuto que no les presto atención porque el smartphone me tiene absorbido». (…) «He pasado muchas horas, semanas, meses y años reflexionando sobre si todo lo que he hecho ha tenido un impacto positivo en la sociedad o en la humanidad», asegura. Brichter ha bloqueado determinadas webs, ha desactivado las notificaciones, ha restringido el uso de Telegram para comunicarse exclusivamente con su mujer y dos amigos, y ha intentado desconectarse de Twitter. «Aún pierdo el tiempo allí, leyendo absurdas noticias que ya conozco», reconoce. Carga su smartphone en la cocina, enchufándolo a las siete de la tarde y dejándolo allí hasta la mañana siguiente. «Los smartphones son herramientas útiles», concede. «Pero son adictivos. El ‘pull-to-refresh’ es adictivo. Twitter es adictivo. Algo no va bien. Cuando trabajaba en ello, no era aún lo suficientemente maduro para comprenderlo».
(…) Chris Marcellino (…) fue contratado por Apple para trabajar en el ensamblaje de la tecnología de notificaciones, introducida en 2009 para facilitar las actualizaciones y alertas en tiempo real a cientos de miles de desarrolladores de aplicaciones. (…) Marcellino (…) se encuentra ahora finalizando su preparación como neurocirujano. Puntualiza que no es ningún experto en adicciones, pero afirma que ha aprendido lo suficiente durante sus estudios como para saber que la tecnología puede afectar a las mismas vías neurológicas que el juego o el consumo de drogas: «son los mismos circuitos que impulsan a la gente a buscar alimento, comodidad, calor, sexo». Todas ellas, asevera, son conductas basadas en la gratificación que activan las vías dopaminérgicas del cerebro. Marcellino a veces se sorprende a sí mismo pulsando los iconos en rojo de sus aplicaciones solo «para verlos desaparecer», pero no ve necesariamente antiético explotar las vulnerabilidades psicológicas de la gente: «no es intrínsecamente malo atraer al público hacia tu producto. Así es el capitalismo».
Ese, quizás, sea el problema. Roger McNamee, un inversor que se hizo de oro con sus operaciones en Google y Facebook, ha terminado desengañado con ambas compañías, pues según él los fines que perseguían han quedado desvirtuados por las fortunas que han conseguido amasar gracias a los anuncios. [McNamee] considera la aparición del smartphone un punto de inflexión, que abrió la veda a una lucha sin cuartel por conseguir la atención de la gente. «Facebook y Google declaran sin rubor que están dándole a los usuarios lo que ellos piden. Lo mismo se podría decir con respecto a las compañías tabacaleras o a los traficantes de drogas», sentencia.
(…) James Williams no cree que hablar de distopía sea descabellado. [Como] antiguo estratega de Google (…) ha sido testigo de excepción del funcionamiento de una industria que describe como «la forma más grande, estandarizada y centralizada de control de la atención en la historia de la humanidad». [Williams] cuenta que su epifanía le llegó hace unos años, cuando se dio cuenta de que estaba rodeado de una tecnología que le impedía concentrarse en las cosas que requerían su atención: «fue una especie de revelación personal. ¿Qué está pasando? ¿No se supone que la tecnología debería servirnos justamente para lo contrario?». (…) Afirma que las mismas fuerzas que inclinaron a las compañías del sector a enganchar a sus usuarios mediante artimañas en los diseños, también las empujaron a representar el mundo de una forma encaminada al consumo irreflexivo: «La economía de la atención incentiva el diseño de tecnologías que atrapan nuestra atención. Al hacerlo, da prioridad a nuestros impulsos por encima de nuestras intenciones. Esto significa privilegiar lo sensacional sin tener en cuenta los matices, apelando a la emoción, la rabia y la indignación. Los medios de comunicación trabajan cada vez más al servicio de las tecnológicas, y deben ajustarse a las reglas de la economía de la atención y sensacionalizar, seducir y entretener para poder sobrevivir». (…) Todo lo cual (…) puede estar modificando la forma en que pensamos, haciéndonos menos racionales y más impulsivos. «Las dinámicas de la economía de la atención están intrínsecamente diseñadas para menoscabar la voluntad humana», advierte. (…) Si Apple, Facebook, Google, Twitter, Instagram y Snapchat están minando nuestra capacidad para controlar nuestras propias mentes, ¿se podría llegar a un punto en el que la democracia desapareciera? «¿Seremos capaces de darnos cuenta cuando eso suceda?», se pregunta Williams. «Y de lo contrario, ¿cómo saber si no ha sucedido ya?».
Muchas gracias por la traducción. Estás haciendo una labor excelente con este blog. Una duda: ¿consideras aceptable que tus artículos se copien y peguen en un foro, con el correspondiente enlace, o preferirías que únicamente se enlacen?
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Gracias Antonio. Dado el propósito que se persigue, todos los contenidos de esta web son de libre difusión. Puedes copiar o utilizar los textos completos donde quieras siempre que al final cites la fuente con un enlace, para que aquellas personas interesadas tengan la oportunidad de seguir profundizando en el tema. ¡Salud!
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