La película Wall-e (Pixar, 2008) caricaturiza a una humanidad futura integrada por obesos que jamás se desconectan de la Máquina. Una unidad de transporte monoplaza les permite desplazarse sin esfuerzo físico y les suministra comida en todo momento, sin necesidad de apartar jamás los ojos de la videopantalla…
¿Les suena de algo?
A mi me recuerda a este párrafo de George Orwell en «El camino de Wigan Pier»:
La tendencia del progreso mecánico es, pues, frustrar la necesidad humana de esfuerzo y creación, al hacer innecesarias e incluso imposibles las actividades de la vista y de la mano. El apóstol del «progreso» declarará en ocasiones que esto no importa, pero habitualmente se le puede poner en un aprieto señalando los horribles extremos a los que puede llevar el progreso. Por ejemplo, ¿por qué seguir usando las manos? ¿por qué seguir usándolas incluso para sonarse la nariz o para sacarle punta a un lápiz? Seguramente sería posible adaptarnos a los hombros algún aparato de acero y goma que hiciera todas estas cosas y dejar que los brazos se fuesen anquilosando hasta convertirse en muñones de piel y huesos. Y lo mismo podría hacerse con todos los demás órganos y facultades. En realidad no existe ninguna razón por la que una persona hiciera otra cosa que comer, beber, dormir, respirar y procrear; todo lo demás podría hacerlo la máquina en su lugar. Por tanto, el fin lógico del progreso mecánico es reducir al ser humano a algo parecido a un cerebro en una botella. Esta es la meta hacia la que ya nos estamos moviendo, aunque, por supuesto, no tengamos intención de llegar a ella, de la misma manera que un hombre que se bebe una botella de whisky cada día no tiene el propósito de contraer una cirrosis hepática.
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Tremendo pasaje Antonio, muchas gracias por compartirlo. El camino de Wigan Pier es uno de los libros que tenemos en cola de lectura y a tenor de estas líneas que citas lo abordaremos con nuevos ojos. Por demás, me trae a la memoria esa otra frase de Kevin Kelly, fundador de la revista Wired: “los seres humanos somos los órganos sexuales de la tecnología”. Pues si nuestra única función va quedando reducida, como señala Orwell, a “comer, beber, respirar y procrear” (yo añadiría “y divertirse y trabajar”), ¿qué nos queda para nosotros? ¿en qué se convierte nuestro papel en la vida? En el caso de los smarphones, a meros portadores de una máquina con pantalla táctil a la que alimentamos, transportamos y prestamos toda nuestra atención. Bajo este punto de vista somos, en efecto, apéndices de la Máquina.
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