El análisis que hace Neil Postman en este libro, pese a estar enmarcado en la sociedad estadounidense, es esencialmente extrapolable a nuestras latitudes. Según él, nuestro problema es haber sustituido una mentalidad colectiva basada en el discurso coherente y la palabra escrita, por una feria de entretenimientos sin fin basados en la imagen. En el transcurso de este brutal cambio de paradigma, nuestra capacidad de pensar, razonar y argumentar se ha desintegrado, dando lugar a una sociedad infantilizada.
Lo original del planteamiento de Postman es que remonta los orígenes de este desastre nada menos que al nacimiento del telégrafo y la fotografía.
«Los libros (…) constituían un excelente contenedor para la acumulación, el escrutinio sereno y el análisis organizado de la información y las ideas. Toma tiempo escribir un libro y leerlo; tiempo para discutir su contenido y emitir juicios sobre su mérito, incluyendo la forma de su presentación. Un libro es un intento de convertir el pensamiento en algo permanente y de contribuir a la gran conversación conducida por autores del pasado (…). El telégrafo [sin embargo] solo es adecuado para emitir mensajes urgentes, reemplazando a cada uno rápidamente por otro mensaje más actualizado. Los hechos empujan otros hechos dentro y luego fuera de nuestra conciencia a velocidades que ni permiten ni requieren evaluación alguna. (…) La fuerza principal de la telegrafía era su capacidad de movilizar la información, no de reunirla, explicarla o analizarla. (…) El discurso telegráfico no dejaba tiempo para las perspectivas históricas ni daba prioridad a lo cualitativo. Para el telégrafo, inteligencia quería decir conocer muchas cosas, pero no saber nada acerca de ellas.
(…) Al igual que la telegrafía, la fotografía recrea el mundo como una serie de acontecimientos idiosincrásicos. En un mundo de fotografías no hay periodo inicial, intermedio o final (…). El mundo está atomizado. Solo hay un presente que no requiere formar parte de historia alguna que se pueda contar».
Postman, circunscrito a la época en la que vive (el ensayo original fue publicado a mediados de la década de los ochenta), se detiene en la televisión como ese gran monstruo desintegrador de la mente que logró aunar todo lo peor del telégrafo y la fotografía, y servirlo ininterrumpidamente a millones de hogares de todo el mundo. ¿Qué habría pensado de nuestra actual Era del Tuit, en la que las frases entrecortadas, los emoticonos y las pantallas encedidas a veinte centímetros de la cara han sustituido los pocos vestigios que nos quedaban de comunicación real entre nosotros?